La curiosidad por lo que pasa en el mundo, y por lo que hacen o piensan otros, está en la base de una gran parte de los avances prácticos, tecnológicos y científicos de la humanidad. Y el intercambio de información es lo que hace posible colmar esa curiosidad y generar progreso.
En mis años de dedicación a la agricultura, pude comprobar como los campesinos de toda la vida observaban con interés todo lo que hacían los demás. Sobre todo cuando se salían de lo normal. Cualquier innovación en la forma de cultivar era seguida con detenimiento: si la innovación tenía éxito, era rápidamente incorporada por los otros y si no lo tenía era desechada. Este ha sido uno de los factores del radical cambio que se ha producido, en la agricultura española, a partir de los años 60, además del generado por las aportaciones financieras europeas.
El progreso tecnológico de los países del Norte de Europa tiene mucho que ver con la curiosidad innata de sus habitantes por las aplicaciones prácticas y por lo que se hace en otros países. Algo que fue detectado por nuestro escritor granadino Ángel Ganivet en "Cartas Finlandesas" hace ya más de un siglo y que también se puede comprobar en muchos de los residentes nórdicos en la Costa del Sol que observan con atención nuestras maneras de cultivar, construir o cocinar, incorporando todo lo que consideran positivo. En el Helsinki actual, el principal cambio observable, desde hace 50 años, es la proliferación de terrazas-bares de verano a clara imitación de los países mediterráneos.
En el nivel científico más alto, la curiosidad se manifiesta en la formulación de preguntas que una persona común nunca se haría. ¿Porqué caen los objetos? Newton se hacía este tipo de pregunta cuando a todo el mundo le parecía que la caída de un objeto era algo natural e incuestionable. Y Galileo consideraba que el hecho de que todo el cielo girase todos los días era algo que merecía alguna atención especial: ¿no podíamos ser nosotros los que giramos y no el cielo en su conjunto? Pero a las "Iglesias" no les gusta la curiosidad ni la innovación que puedan cambiar el statu quo. Y llamo "Iglesia" a todo sistema establecido que tiende a dar explicaciones cerradas que no pueden ser sometidas a objeción alguna: desde luego, la Iglesia Católica de la Inquisición y el franquismo, pero también las ex-burocracias estalinistas o el fanatismo islamista actual. Todas ellas han tratado de impedir que los individuos tengan acceso a informaciones que no concuerdan con sus explicaciones del mundo.
Sin embargo, hay que reconocer, también, que las prohibiciones estimulan fuertemente los deseos de curiosidad de las personas. Recuerdo, en mi juventud, que algunas afirmaciones, aparentemente contundentes, que intentaban explicar las cosas según la doctrina oficial, no hacían otra cosa que estimular nuestra curiosidad por conocer otras versiones. Por ejemplo, cuando en un libro de Ciencias se refutaba el darwinismo diciendo que "es evidente que de un ser inferior no puede surgir otro superior", la consecuencia inmediata era plantearse el "por qué eso era evidente", lo que nos llevaba a buscar afanosamente escritos prohibidos sobre el tema y al placer de nuevos descubrimientos. Los jóvenes de hoy, disponen de toda clase de información, a veces tanta que es difícil filtrarla y seleccionar la que es realmente fiable y útil.
Quizás, el exceso de información esté operando, para la juventud de hoy, en contra de la curiosidad y del deseo de descubrir algo nuevo. Y, a falta de "Iglesias" hay quienes voluntariamente solo quieren leer o aceptar aquello que ya coincide con su propia ideología o forma de ver el mundo.
En mis años de dedicación a la agricultura, pude comprobar como los campesinos de toda la vida observaban con interés todo lo que hacían los demás. Sobre todo cuando se salían de lo normal. Cualquier innovación en la forma de cultivar era seguida con detenimiento: si la innovación tenía éxito, era rápidamente incorporada por los otros y si no lo tenía era desechada. Este ha sido uno de los factores del radical cambio que se ha producido, en la agricultura española, a partir de los años 60, además del generado por las aportaciones financieras europeas.
El progreso tecnológico de los países del Norte de Europa tiene mucho que ver con la curiosidad innata de sus habitantes por las aplicaciones prácticas y por lo que se hace en otros países. Algo que fue detectado por nuestro escritor granadino Ángel Ganivet en "Cartas Finlandesas" hace ya más de un siglo y que también se puede comprobar en muchos de los residentes nórdicos en la Costa del Sol que observan con atención nuestras maneras de cultivar, construir o cocinar, incorporando todo lo que consideran positivo. En el Helsinki actual, el principal cambio observable, desde hace 50 años, es la proliferación de terrazas-bares de verano a clara imitación de los países mediterráneos.
En el nivel científico más alto, la curiosidad se manifiesta en la formulación de preguntas que una persona común nunca se haría. ¿Porqué caen los objetos? Newton se hacía este tipo de pregunta cuando a todo el mundo le parecía que la caída de un objeto era algo natural e incuestionable. Y Galileo consideraba que el hecho de que todo el cielo girase todos los días era algo que merecía alguna atención especial: ¿no podíamos ser nosotros los que giramos y no el cielo en su conjunto? Pero a las "Iglesias" no les gusta la curiosidad ni la innovación que puedan cambiar el statu quo. Y llamo "Iglesia" a todo sistema establecido que tiende a dar explicaciones cerradas que no pueden ser sometidas a objeción alguna: desde luego, la Iglesia Católica de la Inquisición y el franquismo, pero también las ex-burocracias estalinistas o el fanatismo islamista actual. Todas ellas han tratado de impedir que los individuos tengan acceso a informaciones que no concuerdan con sus explicaciones del mundo.
Sin embargo, hay que reconocer, también, que las prohibiciones estimulan fuertemente los deseos de curiosidad de las personas. Recuerdo, en mi juventud, que algunas afirmaciones, aparentemente contundentes, que intentaban explicar las cosas según la doctrina oficial, no hacían otra cosa que estimular nuestra curiosidad por conocer otras versiones. Por ejemplo, cuando en un libro de Ciencias se refutaba el darwinismo diciendo que "es evidente que de un ser inferior no puede surgir otro superior", la consecuencia inmediata era plantearse el "por qué eso era evidente", lo que nos llevaba a buscar afanosamente escritos prohibidos sobre el tema y al placer de nuevos descubrimientos. Los jóvenes de hoy, disponen de toda clase de información, a veces tanta que es difícil filtrarla y seleccionar la que es realmente fiable y útil.
Quizás, el exceso de información esté operando, para la juventud de hoy, en contra de la curiosidad y del deseo de descubrir algo nuevo. Y, a falta de "Iglesias" hay quienes voluntariamente solo quieren leer o aceptar aquello que ya coincide con su propia ideología o forma de ver el mundo.