Este texto de Ortega y Gasset, "Miseria y esplendor de la traducción", editado por Langewiesche-Brandt en dos idiomas (páginas pares en castellano e impares en alemán) trata sobre la traducción. Ortega considera que la traducción de textos, de una lengua a otra distinta, es una tarea utópica, exorbitante, casi imposible. Y esto es así porque las palabras se forman, en las diferentes lenguas, de acuerdo a experiencias diferentes de tal manera que palabras equivalentes, en el diccionario, pueden derivarse de vivencias diferentes y su significado no es exactamente el mismo. La traducción del alemań "Wald" al español es "bosque", sin embargo la experiencia y el concepto que un alemán tiene de Wald es diferente del que puede tener un español del bosque meridional. Y no digamos el de un habitante de la selva amazónica.
Por otra parte, hay pueblos para los que no ha existido un determinado concepto por lo que su traducción se hace echando mano de otros significados. Los vascos primitivos no tenían un concepto de Dios y, cuando fueron cristianizados en el catolicismo, lo designaron como "Señor de lo alto" que, en euskera es "Jaungoikoa" (jaun=señor y goi=alto, arriba). Lo mismo ocurre cuando se trata de traducir lenguas muertas como el latín. No hay grandes problemas si se traducen textos antíguos, pero resulta jocoso cuando se intenta traducir al latín un texto moderno. Y, hasta hace poco más de un siglo el latín era la lengua de muchas Universidades por lo que, necesariamente, se tenían que traducir conceptos modernos. Hoy, aparte del Vaticano, es posible oir las noticias diarias, en latín, de una determinada radio finlandesa; recuerdo haber oído, traducido al latín, hasta el precio en dólares del barril de petróleo. Como dice Ortega, no es posible traducir a otra lengua sin traicionarla: traduttore, traditore.
En otros casos, la imposibilidad de una traducción correcta viene de un exceso de conceptos de la lengua traducida. Nuestra paupérrima clasificación de los nombres en géneros (masculino, femenino y neutro) es insuficiente para determinadas lenguas africanas, como la de los bantues, que distinguen hasta 24 clasificadores: lo que se mueve se distingue de lo inerte, lo vegetal de lo animal, etc. Según Ortega, en árabe hay más de 5.000 nombres para designar las distintas variedades de camellos; nosotros distinguimos entre camello y dromedario, y para de contar. ¿Cómo traduciríamos todos esos nombres? Imposible lograrlo.
Determinados géneros, como la poesía son también imposibles de traducir correctamente porque se pierden, inexorablemente, los matices y sentimientos que dan sentido a una poesía original. Cuando García Lorca se refiere a la Guardia Civil diciendo:
Con el alma de charol
vienen por la carretera.
Jorobados y nocturnos,
por donde animan ordenan
silencios de goma oscura
y miedos de fina arena.
¿Se entendería en una traducción al alemán?
Contrariamente, los textos científicos y técnicos tienen traducción más accesible a todas las lenguas. Y esto es así, porque tratan con conceptos universales sobre los que ya ha habido un acuerdo entre la comunidad científica o entre los técnicos de una determinada disciplina. Incluso para definir símbolos para esos conceptos. Un "vatio" tiene el mismo significado para todas las lenguas, aunque difieran ligeramente en la palabra (watt, watio).
Ortega distingue dos métodos diferentes de traducir (según un ensayo del teólogo Schleiermacher), que toman direcciones opuestas: o bien se trae el autor al lenguaje del lector o se lleva el lector al lenguaje del autor. Según Ortega, solo cuando arrancamos al lector de sus hábitos lingüísticos y le obligamos a moverse dentro de los del autor, hay propiamente traducción. Justamente lo contrario de lo que se suele hacer, por lo que Ortega nos dice que: "Hasta ahora, casi no se han hecho más que seudotraducciones".
Recuerdo una anécdota, que me sucedió en Finlandia en 1957, que pone de relieve la dificultad de traducir palabras que tienen significados diferentes según las experiencias vividas. Cuando trabajaba en una fábrica finlandesa, un obrero me preguntó cual era el tratamiento a un oficial del ejército en España. Los obreros finlandeses, de aquel entonces, tenían un agudo sentimiento de clase y consideraban humillante, y muy distante, el tratamiento de Señor (Herra) con el que estaban obligados a dirigirse a un oficial: Herra kapteeni, Herra kenraali (Señor capitán, Señor general). Cuando yo les dije que, en España, el tratamiento de Minun kapteenini, Minun kenraalini (mi capitán, mi general..) se quedaron alucinados. Interpretaron que era un tratamiento de amistad y compañerismo. Esa traducción al finlandés suena como nos sonaría decir: capitán mío, amigo mío. Sin embargo, para nosotros decir "mi general" se parece más a decir "mi amo" que "amigo mío" pero era imposible hacer una traducción literal que tradujese esa sensación. Ellos se quedaron con la impresión de que, en el Ejército español , el tratamiento no era distante sino de cercanía y afecto. Bastante diferente de la realidad.
Efectivamente, como dice Ortega, la traducción es una tarea utópica, exorbitante, casi imposible.