Es sabido que los andaluces, o por mejor decir las andaluzas, presentan una alta autoestima. Todos hemos visto esos programas de televisión en que niñas, de no más de 10 años, cantan y bailan con absoluto desparpajo y desvergüenza. Sí, la autoestima de las andaluzas es una condición casi genética. Más si son sevillanas y mucho más si lo son del barrio de Triana, ¡lo "mejón" del mundo! Recientemente he visto, en TV, un reportaje sobre Triana y los trianeros que lo pone de relieve. Todas las personas que la cámara tomaba (guapas, feos, gordas, malos y buenos cantaores, vecinos de toda la vida, pescadores,...) rebosaban de felicidad y buen humor. No importaba si estaban bebidos o sobrios, si eran ricos o pobres. Una mujer que rebuscaba en las basuras, afirmaba hacerlo no por necesidad sino por puro gusto; era una buscadora de tesoros, de objetos que pensaba regalar a sus amistades. Otro, un pescador, devolvía al río los peces que pescaba (después de quitar con cuidado el anzuelo). Muchos vecinos estaban encantados de mostrar sus patios y corralas repletos de plantas y flores. Y a cada paso, la consabida frase: ¡Como Triana no hay nada, lo "mejón" del mundo entero!
Si tuviese que citar un pueblo con una personalidad radicalmente contraria a la de los trianeros, escogería a los finlandeses. Y no es que tengan una baja autoestima, sino que la expresión de esa autoestima es absolutamente opuesta a la de los andaluces. Los finlandeses gustan de destacar sus defectos y sus carencias, antes que sus virtudes. Cuando se le dice a un finlandés que su país aparece el primero en el ranking de la educación secundaria o de la no corrupción, lo negarán firmemente aduciendo que la educación va de mal en peor, que cada vez hay más borrachos y que los fraudes y engaños están a la orden del día. Si se les dice que aparece como uno de los países tecnológicamente más competitivos del mundo, lo rechazarán también sobre la base de la cantidad de quiebras y fracasos empresariales y, cada vez mayores, atentados contra la naturaleza. Porque, ciertamente, el alma finlandesa está muy integrada con la naturaleza. La llegada de tales o cuales pájaros son noticia en los medios de comunicación.
Pero muchos finlandeses tienen tendencias autodestructivas, lo que queda plasmado en datos como el excesivo consumo de bebidas alcohólicas y una fuerte tasa de suicidios.
Recientemente he leído el libro de Arto Paasilinna, "Delicioso suicidio en grupo". Un libro que presenta, con gran claridad y humor, la naturaleza y la personalidad de los finlandeses. Una personalidad contradictoria: sus tendencias autodestructivas combinadas con el gusto por la vida, la naturaleza y la organización social. Los finlandeses son capaces de organizarse hasta para el suicidio. Como reafirmación de lo dicho anteriormente, transcribo aquí lo que los pretendidos suicidas comentaban (mientras pescaban truchas en un lago) sobre su propio país: "Finlandia había tratado mal a sus hijos. Llegaron a la conclusión de que la sociedad finlandesa era fría y dura como el acero y sus miembros eran envidiosos y crueles los unos con los otros. El afán de lucro era la norma y todos trabajaban para atesorar dinero deseperadamente. los finlandeses tenían muy mala leche y eran siniestros. Si se reían, era para regocijarse de los males ajenos. El país rebosaba de traidores, fulleros y mentirosos. Los ricos oprimían a los pobres, les cobraban alquileres exorbitantes y les extorsionaban para hacerles pagar intereses altísimos. Los menos favorecidos, por su parte, se comportaban como vándalos escandalosos y no se preocupaban de educar a sus hijos: eran la plaga del país, que se dedicaba a pintarrajear casas, cosas, trenes y coches. Rompían los cristales de las ventanas, vomitaban en los ascensores e incluso hacían sus necesidades en ellos. Los burócratas, mientras tanto, competían entre sí por ver cual de ellos inventaba un nuevo formulario con el que humillar a los ciudadanos haciéndolos correr de una ventanilla a otra. Comerciantes y mayoristas se dedicaban a desplumar a la clientela y a arrancarle de los bolsillos hasta el último céntimo. Los especuladores inmobiliarios hacían las casas más caras del mundo. Si te ponías enfermo, los indiferentes médicos te trataban como ganado que se lleva al matadero, y si un paciente no soportaba todo esto y sufría una crisis nerviosa, un par de brutales enfermeros le colocaban una camisa de fuerza y le ponían una inyección que dejaba a oscuras hasta el último resto de lucidez que le quedase. En su amada patria, la industria y los dueños de los bosques destruían sin piedad la naturaleza, y lo que quedaba en pié era devorado por los xilófagos. Del cielo caía una lluvia ácida que envenenaba la tierra haciéndola estéril. Los agricultores echaban en sus campos tal cantidad de fertilizantes químicos, que no era de extrañar que en los ríos, lagos y bahías proliferasen las algas tóxicas. Las chimeneas de las fábricas y los tubos colectores de resíduos arrojaban sustancias que contaminaban el aire y el agua. Los peces morían y los huevos de los pájaros salían polluelos prematuros que inspiraban lástima. Por las autopistas circulaban temerariamente insensatos que se vanagloriaban de su manera de conducir y que iban dejando tras de sí un triste reguero de víctimas en cementerios y hospitales. En las fábricas y oficinas se obligaba a los trabajadores a competir con las máquinas y, cuando se agotaban, se los hacía a un lado. Los jefes exigían un rendimiento ininterrumpido y trataban a sus subordinados de forma vil y humillante. Las mujeres eran acosadas, pues siempre había algún gracioso que se consideraba con derecho a pellizcar traseros que ya tenían suficiente con soportar la celulitis. Los hombres vivían bajo la presión constante del éxito, algo de lo que no se libraban siquiera en los pocos días libres que pudiesen tener. Los compañeros de trabajo se acechaban unos a otros y acosaban a los más débiles hasta llevarlos al borde de una crisis nerviosa, o cosas peores. Si uno se ponía a beber, el hígado y el pancreas empezaban a fallar. Si comía bien, el colesterol se le ponía por las nubes. Si fumaba, se le incrustaba un cáncer asesino en los pulmones. Pasara lo que pasase, los finlandeses siempre se las arreglaban para echarle la culpa a otro. Unos se dedicaban a hacer ejercicio y corretear por ahí a riesgo de su vida hasta caer derrumbados en la pista de footing, reventados como caballos. Si uno no corría, se llenaba de grasa, se anquilosaba y llegaban los problemas de la espalda. Al final, el resultado era siempre el infarto.....
He aquí, un poco exageradamente, cómo piensan muchos finlandeses de su propio país. ¡Parece sacado de una peli de Kaurismäki! En mi opinión, muy poco parecido a la realidad. Al menos si comparamos con lo que ocurre en España. Aquí, si alguien hablase así de nuestro país sería un auténtico "malage". Sin embargo, lo que dicen sobre la naturaleza, la corrupción, la construcción inmobiliaria, la burocracia administrativa, la conducción temeraria, el ansia de dinero, el comportamiento empresarial, etc... está más próximo a lo que veo en España que lo que conozco de Finlandia.
¿Habría que deducir, de todo esto, que los finlandeses tienen una baja autoestima? No lo creo. Pero sí muy diferente de la andaluza. Los finlandeses aman a su patria, cuidan su naturaleza y han demostrado que son capaces de luchar para mantener su independencia, incluso con una gran potencia como la rusa. Pero siempre serán los que peor hablen de sí mismos.
Si tuviese que citar un pueblo con una personalidad radicalmente contraria a la de los trianeros, escogería a los finlandeses. Y no es que tengan una baja autoestima, sino que la expresión de esa autoestima es absolutamente opuesta a la de los andaluces. Los finlandeses gustan de destacar sus defectos y sus carencias, antes que sus virtudes. Cuando se le dice a un finlandés que su país aparece el primero en el ranking de la educación secundaria o de la no corrupción, lo negarán firmemente aduciendo que la educación va de mal en peor, que cada vez hay más borrachos y que los fraudes y engaños están a la orden del día. Si se les dice que aparece como uno de los países tecnológicamente más competitivos del mundo, lo rechazarán también sobre la base de la cantidad de quiebras y fracasos empresariales y, cada vez mayores, atentados contra la naturaleza. Porque, ciertamente, el alma finlandesa está muy integrada con la naturaleza. La llegada de tales o cuales pájaros son noticia en los medios de comunicación.
Pero muchos finlandeses tienen tendencias autodestructivas, lo que queda plasmado en datos como el excesivo consumo de bebidas alcohólicas y una fuerte tasa de suicidios.
Recientemente he leído el libro de Arto Paasilinna, "Delicioso suicidio en grupo". Un libro que presenta, con gran claridad y humor, la naturaleza y la personalidad de los finlandeses. Una personalidad contradictoria: sus tendencias autodestructivas combinadas con el gusto por la vida, la naturaleza y la organización social. Los finlandeses son capaces de organizarse hasta para el suicidio. Como reafirmación de lo dicho anteriormente, transcribo aquí lo que los pretendidos suicidas comentaban (mientras pescaban truchas en un lago) sobre su propio país: "Finlandia había tratado mal a sus hijos. Llegaron a la conclusión de que la sociedad finlandesa era fría y dura como el acero y sus miembros eran envidiosos y crueles los unos con los otros. El afán de lucro era la norma y todos trabajaban para atesorar dinero deseperadamente. los finlandeses tenían muy mala leche y eran siniestros. Si se reían, era para regocijarse de los males ajenos. El país rebosaba de traidores, fulleros y mentirosos. Los ricos oprimían a los pobres, les cobraban alquileres exorbitantes y les extorsionaban para hacerles pagar intereses altísimos. Los menos favorecidos, por su parte, se comportaban como vándalos escandalosos y no se preocupaban de educar a sus hijos: eran la plaga del país, que se dedicaba a pintarrajear casas, cosas, trenes y coches. Rompían los cristales de las ventanas, vomitaban en los ascensores e incluso hacían sus necesidades en ellos. Los burócratas, mientras tanto, competían entre sí por ver cual de ellos inventaba un nuevo formulario con el que humillar a los ciudadanos haciéndolos correr de una ventanilla a otra. Comerciantes y mayoristas se dedicaban a desplumar a la clientela y a arrancarle de los bolsillos hasta el último céntimo. Los especuladores inmobiliarios hacían las casas más caras del mundo. Si te ponías enfermo, los indiferentes médicos te trataban como ganado que se lleva al matadero, y si un paciente no soportaba todo esto y sufría una crisis nerviosa, un par de brutales enfermeros le colocaban una camisa de fuerza y le ponían una inyección que dejaba a oscuras hasta el último resto de lucidez que le quedase. En su amada patria, la industria y los dueños de los bosques destruían sin piedad la naturaleza, y lo que quedaba en pié era devorado por los xilófagos. Del cielo caía una lluvia ácida que envenenaba la tierra haciéndola estéril. Los agricultores echaban en sus campos tal cantidad de fertilizantes químicos, que no era de extrañar que en los ríos, lagos y bahías proliferasen las algas tóxicas. Las chimeneas de las fábricas y los tubos colectores de resíduos arrojaban sustancias que contaminaban el aire y el agua. Los peces morían y los huevos de los pájaros salían polluelos prematuros que inspiraban lástima. Por las autopistas circulaban temerariamente insensatos que se vanagloriaban de su manera de conducir y que iban dejando tras de sí un triste reguero de víctimas en cementerios y hospitales. En las fábricas y oficinas se obligaba a los trabajadores a competir con las máquinas y, cuando se agotaban, se los hacía a un lado. Los jefes exigían un rendimiento ininterrumpido y trataban a sus subordinados de forma vil y humillante. Las mujeres eran acosadas, pues siempre había algún gracioso que se consideraba con derecho a pellizcar traseros que ya tenían suficiente con soportar la celulitis. Los hombres vivían bajo la presión constante del éxito, algo de lo que no se libraban siquiera en los pocos días libres que pudiesen tener. Los compañeros de trabajo se acechaban unos a otros y acosaban a los más débiles hasta llevarlos al borde de una crisis nerviosa, o cosas peores. Si uno se ponía a beber, el hígado y el pancreas empezaban a fallar. Si comía bien, el colesterol se le ponía por las nubes. Si fumaba, se le incrustaba un cáncer asesino en los pulmones. Pasara lo que pasase, los finlandeses siempre se las arreglaban para echarle la culpa a otro. Unos se dedicaban a hacer ejercicio y corretear por ahí a riesgo de su vida hasta caer derrumbados en la pista de footing, reventados como caballos. Si uno no corría, se llenaba de grasa, se anquilosaba y llegaban los problemas de la espalda. Al final, el resultado era siempre el infarto.....
He aquí, un poco exageradamente, cómo piensan muchos finlandeses de su propio país. ¡Parece sacado de una peli de Kaurismäki! En mi opinión, muy poco parecido a la realidad. Al menos si comparamos con lo que ocurre en España. Aquí, si alguien hablase así de nuestro país sería un auténtico "malage". Sin embargo, lo que dicen sobre la naturaleza, la corrupción, la construcción inmobiliaria, la burocracia administrativa, la conducción temeraria, el ansia de dinero, el comportamiento empresarial, etc... está más próximo a lo que veo en España que lo que conozco de Finlandia.
¿Habría que deducir, de todo esto, que los finlandeses tienen una baja autoestima? No lo creo. Pero sí muy diferente de la andaluza. Los finlandeses aman a su patria, cuidan su naturaleza y han demostrado que son capaces de luchar para mantener su independencia, incluso con una gran potencia como la rusa. Pero siempre serán los que peor hablen de sí mismos.