Para un ecologista, o un biólogo, las ventajas de la diversidad de la naturaleza es una obviedad que le deja bien clara la idea de la necesidad de la conservación de las especies naturales en peligro de extinción.
Pero para los seres humanos, la diversidad es mucho más compleja. Además de la diversidad biológica, está la diversidad social, política y cultural, incluida la diversidad de lenguas, países y sistemas políticos y religiosos. Y es en estos aspectos, donde muchas personas no consideran que la diversidad sea buena ni, mucho menos, una ventaja. Solo hay que observar como, a lo largo de la Historia, los mayores conflictos han sido una consecuencia del intento, de los más poderosos, de someter a los diferentes e integrarlos en el sistema dominante.
España es un buen ejemplo de lo que digo: por lo menos media España ve con recelo que existan en el país diferentes lenguas y diferentes identidades nacionales. Desde la unificación, bajo los Reyes Católicos, se ha dado en España una tendencia mayoritaria a cercenar las diferencias, bien sean de orden religioso, eliminando (con la Inquisición) los restos o nuevos brotes de otras creencias (judaica, musulmana o protestante), bien sea de orden político con un gobierno totalitario (como el vencedor en nuestra Guerra Civil) que, además, trató (sin éxito) de imponer la lengua castellana en todo el país. Hoy, en plena democracia, estos rasgos siguen vigentes y vemos como una gran parte del país recela de las Autonomías nacionales periféricas, que tratan de proteger sus propias lenguas diferentes. Y, en el terreno político, casi el 80% de los votantes se decantan por uno de los dos grandes partidos estatales: PP o PSOE. Esto no ocurre en otros países europeos. En las últimas elecciones europeas, los dos grandes partidos españoles obtuvieron el 88% de los escaños reservados a España. En otros países, los dos primeros partidos no alcanzan porcentajes tan elevados: en Paises Bajos, 36%; Dinamarca y Finlandia, 46%; Suecia 50%; Reino Unido y Francia 51%. Solamente unos pocos (Grecia, Polonia, ...) superan el 70% y solo en Hungría los dos primeros partidos llegan al 81%. De todas formas, lejos del 88% de España. Esto nos convierte, junto con la tasa de desempleo más alta de Europa, en un país anómalo.
La alta tasa de desempleo no es totalmente ajena a la tendencia a la uniformidad en el país. Es una consecuencia de un sistema productivo muy poco diversificado; muy polarizado en el sector inmobiliario y el del turismo. Y la burbuja inmobiliaria se ha producido, en España, con una mayor intensidad que en otros países europeos, debido a la propensión de la población (y de las administraciones locales) a tener, casi todos, la misma idea: tratar de hacer dinero con la especulación de terrenos y viviendas. Algo que ha ocurrido en mucha menor medida en otros países europeos; solo nos parecemos a la población latina inmigrante de Florida (EE.UU).
A pesar de que España, en realidad, es un país con una extraordinaria riqueza en cuanto a diversidad en lenguas, costumbres, paisajes y tradiciones, parecería que las tendencias culturales y sociales uniformadoras tienen una mayor audiencia mediática y más popularidad que las diversificadoras. Un ejemplo de esto son las audiencias deportivas que se centran masivamente en el futbol y en unos pocos deportes en los que los españoles destacan. El interés por la Fórmula 1 aparece cuando hay un campeón español y desaparece cuando este deja de ganar. Los medios de comunicación reflejan bastante bien esa tendencia a la polarización del interés público en unos pocos asuntos y temas de debate. En política, prácticamente solo en lo que se refiere a esos dos grandes partidos nacionales, cuya excesiva preponderancia dificulta también el que pueda haber un entendimiento en materias de Estado, dada la rivalidad que se deriva de su competición por alcanzar el poder. Y una de las consecuencias de esa polarización es la ausencia de diputados ecologistas en nuestro Parlamento.
La diversidad es, casi siempre, una riqueza y una ventaja de lo que he tratado ya en mi artículo "Uniformidad y diversidad" de 7 Marzo pasado. Hoy, añado que si en España se hubiese dado una mayor diversidad en el ámbito económico y productivo, el desempleo no sería tan alto y que si existiese una mayor diversidad de audiencia mediática hacia formaciones políticas diferentes de las dos preponderantes, las posibilidades de entendimiento constructivo, para resolver la crisis, serían mayores. Un buen ejemplo es el que dan los partidos nacionalistas periféricos en el Congreso, donde generalmente contribuyen a mejorar el clima de entendimiento y diálogo constructivo.
Pero para los seres humanos, la diversidad es mucho más compleja. Además de la diversidad biológica, está la diversidad social, política y cultural, incluida la diversidad de lenguas, países y sistemas políticos y religiosos. Y es en estos aspectos, donde muchas personas no consideran que la diversidad sea buena ni, mucho menos, una ventaja. Solo hay que observar como, a lo largo de la Historia, los mayores conflictos han sido una consecuencia del intento, de los más poderosos, de someter a los diferentes e integrarlos en el sistema dominante.
España es un buen ejemplo de lo que digo: por lo menos media España ve con recelo que existan en el país diferentes lenguas y diferentes identidades nacionales. Desde la unificación, bajo los Reyes Católicos, se ha dado en España una tendencia mayoritaria a cercenar las diferencias, bien sean de orden religioso, eliminando (con la Inquisición) los restos o nuevos brotes de otras creencias (judaica, musulmana o protestante), bien sea de orden político con un gobierno totalitario (como el vencedor en nuestra Guerra Civil) que, además, trató (sin éxito) de imponer la lengua castellana en todo el país. Hoy, en plena democracia, estos rasgos siguen vigentes y vemos como una gran parte del país recela de las Autonomías nacionales periféricas, que tratan de proteger sus propias lenguas diferentes. Y, en el terreno político, casi el 80% de los votantes se decantan por uno de los dos grandes partidos estatales: PP o PSOE. Esto no ocurre en otros países europeos. En las últimas elecciones europeas, los dos grandes partidos españoles obtuvieron el 88% de los escaños reservados a España. En otros países, los dos primeros partidos no alcanzan porcentajes tan elevados: en Paises Bajos, 36%; Dinamarca y Finlandia, 46%; Suecia 50%; Reino Unido y Francia 51%. Solamente unos pocos (Grecia, Polonia, ...) superan el 70% y solo en Hungría los dos primeros partidos llegan al 81%. De todas formas, lejos del 88% de España. Esto nos convierte, junto con la tasa de desempleo más alta de Europa, en un país anómalo.
La alta tasa de desempleo no es totalmente ajena a la tendencia a la uniformidad en el país. Es una consecuencia de un sistema productivo muy poco diversificado; muy polarizado en el sector inmobiliario y el del turismo. Y la burbuja inmobiliaria se ha producido, en España, con una mayor intensidad que en otros países europeos, debido a la propensión de la población (y de las administraciones locales) a tener, casi todos, la misma idea: tratar de hacer dinero con la especulación de terrenos y viviendas. Algo que ha ocurrido en mucha menor medida en otros países europeos; solo nos parecemos a la población latina inmigrante de Florida (EE.UU).
A pesar de que España, en realidad, es un país con una extraordinaria riqueza en cuanto a diversidad en lenguas, costumbres, paisajes y tradiciones, parecería que las tendencias culturales y sociales uniformadoras tienen una mayor audiencia mediática y más popularidad que las diversificadoras. Un ejemplo de esto son las audiencias deportivas que se centran masivamente en el futbol y en unos pocos deportes en los que los españoles destacan. El interés por la Fórmula 1 aparece cuando hay un campeón español y desaparece cuando este deja de ganar. Los medios de comunicación reflejan bastante bien esa tendencia a la polarización del interés público en unos pocos asuntos y temas de debate. En política, prácticamente solo en lo que se refiere a esos dos grandes partidos nacionales, cuya excesiva preponderancia dificulta también el que pueda haber un entendimiento en materias de Estado, dada la rivalidad que se deriva de su competición por alcanzar el poder. Y una de las consecuencias de esa polarización es la ausencia de diputados ecologistas en nuestro Parlamento.
La diversidad es, casi siempre, una riqueza y una ventaja de lo que he tratado ya en mi artículo "Uniformidad y diversidad" de 7 Marzo pasado. Hoy, añado que si en España se hubiese dado una mayor diversidad en el ámbito económico y productivo, el desempleo no sería tan alto y que si existiese una mayor diversidad de audiencia mediática hacia formaciones políticas diferentes de las dos preponderantes, las posibilidades de entendimiento constructivo, para resolver la crisis, serían mayores. Un buen ejemplo es el que dan los partidos nacionalistas periféricos en el Congreso, donde generalmente contribuyen a mejorar el clima de entendimiento y diálogo constructivo.