Todo el mundo es consciente de que las desigualdades son injustas y nos indignamos cuando sabemos que algunos magnates de la Banca se jubilan, en plena crisis, con pensiones que llegan a cuantías de 500 veces las de las pensiones mínimas en España. Pero lo que la mayoría de la gente no sabe es que las desigualdades generan un incremento de la delincuencia, no solamente en países subdesarrollados sino también entre los más desarrollados, como los EE.UU.
La desigualdad económica se suele medir por el índice de Gini que recoge la diferencia entre la curva de los ingresos de la población con la recta de igualdad absoluta teórica (toda la población con iguales ingresos). Pero me parece más entendible otro índice (que da resultados similares) que es la relación entre los ingresos del 10% de la población más rica sobre los ingresos del 10% más pobre. Tomando datos del Informe de Desarrollo Humano de 2007-2008, entre los países más desarrollados del mundo, Japón parece presentar una relación (10% más rico/10% más pobre) de solo 4,5. Luego vienen algunos países nórdicos como Finlandia (5,6), Noruega (6,1), Suecia (6,2) y otros europeos como Austria y Alemania (6,9), Francia (9,1) y otros más desiguales como España (10,3), Italia (11,6) y UK (13,5). Los EE.UU. presentan un índice bastante alto de desigualdad: 15,9. Las consecuencias de esta desigualdad se concretan, en primer lugar, en una menor esperanza de vida en los EE.UU, 77,4 años frente a 80 de Suecia, España o Francia, ya que si bien la porción rica de la población de EE.UU. vive más que en Europa, la población más pobre tiene una esperanza de vida más propia de un país subdesarrollado; como consecuencia de la fuerte privatización del sistema de salud americano. Pero, sobre todo, se observa una gran correlación entre las desigualdades y la criminalidad, si atendemos a otros datos como la población presa y los homicidios por 100.000 habitantes. En el caso de los EE.UU el número de presos era de 738 y el de homicidios 5,6 por 100.000 habitantes. En Europa, las cifras son muy inferiores. Las de homicidios suelen ser menores de 2,5 (España 1,2), con algunos casos de menos de 1 por 100.000 habitantes (Noruega y Dinamarca, 0,8) y las de población encarcelada menores de 100 (salvo UK, 124 y España, 145). En todo caso, son cifras muy inferiores a las de EE.UU. El país con menos desigualdades, Japón, presenta también un índice de homicidios muy bajo (0,5) y solo de 62 presos/100.000 habitantes, como también la esperanza de vida más alta: 82,3 años.
La correlación entre desigualdad y criminalidad, en países muy desarrollados, parece evidente pero lo es mucho más si introducimos los datos de países latinoamericanos con grandes desigualdades que también dan lugar a unas enormes tasas de criminalidad. Veamos solo dos muy importantes: Venezuela y Colombia. Sus índices de desigualdad (10% rico/10% pobre) son 33,2 y 62,7 respectivamente y las tasas de homicidios/100.000 habitantes de 48 y 64. Lo que, consecuentemente, supone también una gran inseguridad para los ciudadanos.
Mucho me temo que la salida de la crisis que se está impulsando en Europa, centrada en la reducción del déficit público lo que implica la reducción del gasto público social, va a suponer un incremento de las desigualdades y, consecuentemente, un aumento de la delincuencia y de la inseguridad públicas.
La desigualdad económica se suele medir por el índice de Gini que recoge la diferencia entre la curva de los ingresos de la población con la recta de igualdad absoluta teórica (toda la población con iguales ingresos). Pero me parece más entendible otro índice (que da resultados similares) que es la relación entre los ingresos del 10% de la población más rica sobre los ingresos del 10% más pobre. Tomando datos del Informe de Desarrollo Humano de 2007-2008, entre los países más desarrollados del mundo, Japón parece presentar una relación (10% más rico/10% más pobre) de solo 4,5. Luego vienen algunos países nórdicos como Finlandia (5,6), Noruega (6,1), Suecia (6,2) y otros europeos como Austria y Alemania (6,9), Francia (9,1) y otros más desiguales como España (10,3), Italia (11,6) y UK (13,5). Los EE.UU. presentan un índice bastante alto de desigualdad: 15,9. Las consecuencias de esta desigualdad se concretan, en primer lugar, en una menor esperanza de vida en los EE.UU, 77,4 años frente a 80 de Suecia, España o Francia, ya que si bien la porción rica de la población de EE.UU. vive más que en Europa, la población más pobre tiene una esperanza de vida más propia de un país subdesarrollado; como consecuencia de la fuerte privatización del sistema de salud americano. Pero, sobre todo, se observa una gran correlación entre las desigualdades y la criminalidad, si atendemos a otros datos como la población presa y los homicidios por 100.000 habitantes. En el caso de los EE.UU el número de presos era de 738 y el de homicidios 5,6 por 100.000 habitantes. En Europa, las cifras son muy inferiores. Las de homicidios suelen ser menores de 2,5 (España 1,2), con algunos casos de menos de 1 por 100.000 habitantes (Noruega y Dinamarca, 0,8) y las de población encarcelada menores de 100 (salvo UK, 124 y España, 145). En todo caso, son cifras muy inferiores a las de EE.UU. El país con menos desigualdades, Japón, presenta también un índice de homicidios muy bajo (0,5) y solo de 62 presos/100.000 habitantes, como también la esperanza de vida más alta: 82,3 años.
La correlación entre desigualdad y criminalidad, en países muy desarrollados, parece evidente pero lo es mucho más si introducimos los datos de países latinoamericanos con grandes desigualdades que también dan lugar a unas enormes tasas de criminalidad. Veamos solo dos muy importantes: Venezuela y Colombia. Sus índices de desigualdad (10% rico/10% pobre) son 33,2 y 62,7 respectivamente y las tasas de homicidios/100.000 habitantes de 48 y 64. Lo que, consecuentemente, supone también una gran inseguridad para los ciudadanos.
Mucho me temo que la salida de la crisis que se está impulsando en Europa, centrada en la reducción del déficit público lo que implica la reducción del gasto público social, va a suponer un incremento de las desigualdades y, consecuentemente, un aumento de la delincuencia y de la inseguridad públicas.